Las redes sociales digitales y las no digitales
Erich
Weiss nació en Budapest en 1874 y se cambió de nombre a Harry Houdini cuando
con su familia emigró a Nueva York. Fue un ilusionista y escapista que desde
niño entendió que la magia no era la acción de quien la interpretaba sino la
ilusión de a quienes impactaba. Uno de sus escapes clásicos con el cual se le
asocia es el llamado “metamorfosis”, donde de forma impresionante se libera de sus
ataduras y candados para aparecer en breves segundos intercambiando la posición
de su asistente. Los espectadores quedaban tan impresionados con la experiencia
que no dudaban en salir a relatar y recomendar la actuación entre sus
conocidos. La experiencia positiva en la audiencia es la mejor moneda con que
puede ser pagado un artista. Todo esto se compartía en las redes sociales de la
época.
Pero,
¿existían antes redes sociales? Por supuesto que sí y se reproducían en todos
los lugares; desde el mercado hasta la estación del tren, frente al colegio, en
las barberías o en los cafés de la esquina. Los comentarios “boca a boca” siempre han sido
parte de nuestra sociedad y aunque las redes sociales no eran digitales,
siempre existieron y expandieron el mensaje.
Desde que el hombre aprendió a comunicarse nunca dejó de hacerlo. La
diferencia entre el antes y el ahora, es tan sólo la velocidad y la magnitud.
Antes iba de uno a uno en cuestión de días o meses. Hoy la información viaja de
pocos a muchos en segundos, explosivamente.
“Nuestro alimento es la aceptación social y nuestro
oxigeno es la capacidad de emitir mensajes y ser reconocidos.”
Aristóteles
llegó a la conclusión que somos animales sociales y que por eso necesitamos del
resto de las personas para sobrevivir. “Lo
que diferencia al hombre del resto de animales es poder hablar y la capacidad
de expresarnos es el medio para articular la sociedad”, afirmó el filósofo. Por
eso no podemos vivir aislados, ya que la esencia de nuestra supervivencia
parece estar atada a la relación que tenemos con las otras personas. Nuestro
alimento es la aceptación social y nuestro oxigeno es la capacidad de emitir mensajes
y ser reconocidos. Parece que algo está
grabado en nuestro genoma que nos indica que, a mayor aceptación social, mayor
será nuestra capacidad para sobrevivir a nuestro entorno. La tecnología lo único que ha hecho es
amplificar y facilitar algo que ya existe en la sociedad desde el inicio de la
humanidad.
Este
mundo donde sociabilizamos se fue industrializando y masificando desde inicios
del siglo pasado. Por eso nos resulta común que, por ejemplo, al ingresar a un
salón de reuniones encontremos todas las sillas, vasos y mesas exactamente iguales.
De hecho, es así porque todas salieron de fábricas donde las produjeron en masa
para asegurar su calidad a un bajo precio. Este principio lo heredamos desde la
revolución industrial cuyas características están plasmada en la célebre frase
de Henry Ford: “Puedes escoger cualquier color de automóvil, siempre y cuando
sea negro.” Por eso nos parece cotidiano que el mundo esté parametrizado con
moldes de productos similares en forma, diseño, tamaño y esencia.
Pero
esto no debería de ser así, ya que la naturaleza es diversa; donde los cerros,
las nubes o los árboles son todos diferentes desde la misma creación. Nos
parece normal esa estandarización industrial, aunque no lo sea, porque venimos
del siglo XX, de una era donde “masificamos al individuo” en educación, hábitos
y comportamientos.
Al
entrar al siglo XXI, algunos de estos principios de producción en serie comenzaron
a resquebrajarse y con ellos la forma como vemos al mundo. Con la llegada de la
interconexión ingresamos progresivamente al periodo de la “individualización de
la masa”, donde volvemos a ser personas con características únicas, emociones y
sentimientos propios. La tecnología, en este sentido, nos permitió liberarnos
del patrón estandarizado serial con que fuimos moldeados décadas atrás para
encontrarnos nuevamente como nosotros mismos como individuos sociales.
En
este mundo nuevo interconectado, le comenzamos a dar prioridad a nuestras
experiencias personales sobre las historias que son contadas por otros. Por
eso, ya no necesitamos más modelos aspiracionales sino más ejemplos que nos
inspiren a ser mejores. De esta manera pasamos de una era artificial y mezquina
llamada “del consumidor” a otra, más natural y sensible, llamada “de las
personas”. Por eso el marketing experiencial cobra relevancia al reconocer que
somos personas antes que consumidores, que no somos masa, nicho o segmento de
mercado, y que más bien somos individuos con pasado, expectativas, emociones y
sentimientos propios. Las empresas que primero reconozcan y valoren esta
necesidad tendrán una ventaja competitiva sobre las otras marcas.
Hemos
vuelto al mundo de la comunicación entre las personas y quizás estamos en un
tiempo más parecido al de Harry Houdini donde las experiencias se compartían
expresadas en sentimientos y emociones. Somos
personas y nos comunicamos entre personas. Regresamos a la conversación cotidiana
de antaño donde el antiguo café de la tertulia ahora se llama WhatsApp, el club
donde compartíamos experiencias se llama Facebook y al parque donde charlamos
lo llamamos Instagram. Estos medios de
encuentro y conversación seguirán ampliando nuestra mente, reforzando nuestras
relaciones y permitiéndonos expresar nuestras experiencias.
Aquí les pasó algunos links a mis videos sobre el tema:
El Círculo Dorado de la Excelencia en Experiencia Cliente
Excelencia en Servicio al Cliente: La importancia del Nombre
Como vender más controlando el tunel de conversion del
shopper - Anuor Aguilar
Marketing Experiencial: ¿Cómo comunicar nuestra marca en los
tiempos de las redes sociales?
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